La estadounidense Amelia Earhart (1897-1937) protagonizó una
de las carreras más meteóricas y apasionantes de la historia de la aviación.
Gozó de gran fama durante su vida. Su trágica muerte no haría sino acrecentar
la leyenda.
Sagaz y atrevida desde niña, Amelia Earhart pronto se
aficionó a volar. Fue la decimosexta mujer en obtener la licencia para pilotar
de la Federación Aeronáutica Internacional. Ocurrió en 1923, solo un par de
años después de haber recibido sus primeras lecciones aéreas a cargo de la
también pionera Anita “Neta” Snook.
Ya desde sus inicios como piloto, Amelia Earhart se mostró
dispuesta a romper cuantos récords se le pusieran al alcance de la mano. En 1922
voló a casi 4300 metros
de altura, altitud que ninguna otra aviadora había alcanzado. En 1928 fue la
primera mujer de la historia en cruzar el Atlántico, si bien lo hizo como
pasajera.
Cinco años más tarde volvería a cruzar el charco, pero ella
sola, sin más compañía que un termo de sopa. El rotundo éxito de su travesía le
otorgó fama universal. Entre los muchos premios y condecoraciones, Earhart
obtuvo la medalla de la National Geographic Society de mano del presidente
Hoover.
En esos años, Amelia Earhart se dedicó a avivar el gusto por
la aviación entre mujeres. Dio conferencias, publicó artículos y patrocinó
certámenes de vuelo femenino. No dejó de pilotar, de lanzarse a aventuras
aéreas cada vez más arriesgadas. Fue en la más ambiciosa de todas, la de dar la
vuelta al mundo, en la que la infatigable aviadora perdería la vida al
desaparecer en medio del Pacífico.
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